lunes, 8 de octubre de 2012

CARACOLES


CARACOLES


Como muchas mañanas abrí la puerta de mi casa y salí apresuradamente. Una suave brisa se coló a través de mi chaleco, penetrando en mi piel. Me apresuré para bajar corriendo las escalinatas que me separaban de la reja y la calle. Nada especial habría tenido ese repetido itinerario, sino hubiese sido por el sonido inequívoco, crocante y pegajoso que alcanzó a mis oídos.
Miré al suelo aterrada y observé como un gelatinoso cuerpo luchaba por salir bajo la suela de mi zapato y como fragmentos de concha quedaban dispersos y molidos en el tercer escalón de mi circuito. La sola presencia del molusco me daba asco, pero la visión de su espiral triturado y su carne reventada provocaron en mi estómago intolerables naúseas.
Miré al cielo como para borrar tan fatídica pesadilla, y me pregunté si acaso esto podría sucederle a las personas ricas y famosas que aparecen en las revistas; o si en este simple acto nos congregábamos todos como seres idénticos, sin distinciones. Mal que mal –pensé-  todos tenemos en común dormir, comer y evacuar.
Respiré hondo y traté de limpiar mi mocasín en el canto de un peldaño. El “cric-crac” siguió por un par de segundos hasta detenerse. Ls adherencias quedaron dispersas en el cemento, mientras que el jugo gris fue absorvido rápidamente por la sequedad del material.
Miré de soslayo la suela de mi zapato y pude observar como aún una antena de caracol reptaba hacia mi media. El pánico se apoderó de mí. ¡Era posible que esto sucediera! En algún libro había leído que las lagartijas y las culebras podrían partirse en dos y seguir viviendo por segundos, minutos o quizás días. Incluso algunas tenían el poder de regenerarse.
Agité mi pie con todo la fuerza que pude, soltando la cartera que cayó en medio del pasto. El movimiento brusco hizo girar mi cuerpo con tal rapidez que perdí el equilibrio y me desplomé pesadamente sobre los helechos. Mi rostro se hundió entre las hojas, cerca de las raíces y pude oler la tierra mojada, mohosa.
Allí como batallón camuflado aguardaban ellos, diez, veinte. Quizás cientos de caracoles. Nunca lo supe. Algunos enrrollados en sus laberintos, planeando esta venganza  desde tiempos milenarios. Sus cuerpos albinos, sus ojos ciegos, acechando en la oscuridad.
Esperando pacientes el día que pusieran término a cientos de años de opresión. De cuando los seres humanos (así los llamaban) caminaban con descuido, reventando generaciones tras generaciones. Con la prepotencia de quienes detentaban el poder.
Su revolución comenzó en silencio. Vaciaron sus cuencas y rasgaron sus carnes. Hundieron sus facuces, en ella, por fin, triunfalmente.



miércoles, 28 de noviembre de 2007

Vita Brevis


RECOMIENDO ESTE LIBRO. LO LEI LA SEMANA PASADA.SE LEE DE UN TIRON. MUY BUENO.
El punto de vista es el de Floria, compañera abandonada por Agustín, obispo de Hipona en el momento de escribirse la carta. Floria le reprocha a Agustín no sólo que la haya abandonado como mujer y compañera, sino también que él ahora aborrezca el amor terreno en general.
La primera novela para adultos escrita por el autor de "El mundo de Sofía" lleva el inconfundible sello de su curiosidad filosófica. En ella se revela la historia de San Agustín -Padre de la Iglesia latina y autor de "Confesiones"- con la madre de su único hijo, al que amó con predilección. Estructurado como una larga carta, este libro es una ardiente defensa del amor sensual y una fervorosa crítica a la represión religiosa de las pasiones y sentimientos humanos.
Además el libro plantea dos pequeños debates entre los lectores: si el Codex Floriae realmente existió y si Gaarder realmente lo ha encontrado.
Este libro también puede producir efectos secundarios: no querer leer nada de San Agustín por haberle cogido manía.